La estrella mágica y los tres viejos.

No eran hermanos de sangre, pero llevaban tanto tiempo juntos, que así se llamaban entre ellos.

Cuento de los Tres Reyes Magos.

Ya no recordaban si tenían 2000 o 3000 años, pero eran tan viejos que solo se atrevían a sostenerse en pie, si había una silla cerca.

Y sin embargo, volvieron a ver la estrella y los tres sabían qué significaba.

Aquella noche se acostaron pronto pues al amanecer, necesitarían todas las fuerzas que pudieran acumular con el descanso.

La estrella pasó sobre ellos durante esa noche y la magia volvió a funcionar.

Aquellos viejos que apenas podían moverse unos pasos la noche anterior, se levantaron igual de viejos pero ágiles, fuertes y con una magnífica visión que utilizarían durante todo el día, para leer mapas y llegar a los lugares más lejanos de aquel oriente donde habían pasado todo un año.

Los pajes trajeron los camellos, subieron y ataron los regalos, pero Melchor, Gaspar y Baltasar pudieron subirse solos.

El día pasó con risas y bromas entre aquellos magníficos señores y sus capaces ayudantes, y poco a poco el peso sobre los camellos fue menguando.

Al ocaso aún seguían repartiendo regalos por las casas y aunque el cansancio del duro día parecía mellarles, pudieron recuperar algunas fuerzas, gracias a que encontraron leche y galletas en algunas de esas casas.

La estrella que les guió desapareció y los Tres Reyes Magos volvieron a su oriente para un merecido descanso.

Aquella noche se acostaron tarde, muy tarde. Tan tarde que el Sol asomaba justo en el momento en que Melchor, Gaspar y Baltasar cerraban sus ojos.

Al día siguiente, la magia de la estrella se había perdido y los tres viejos volvían a parecerlo.





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